Morgan Sportès

Pour la plus grande gloire de dieu (article Courrier de l’Unesco, en espagnol).

Somos siameses, señores En las Cartas persas (1721), novela de gran éxito, el escritor francés Montesquieu criticaba la sociedad de su tiempo valiéndose del relato de un viaje por Europa de dos visitantes orientales.. ¿Sabía Montesquieu que medio siglo antes tres embajadores procedentes de Siam, la actual Tailandia, habían causado sensación en la corte de Luis XIV ? - Morgan Sportès

Grabado histórico : jardín en Versalles PALos tres embajadores enviados a fines del siglo XVII por el rey Phra Narai a Luis XIV despertaron enorme curiosidad. Inspiraron novelas y farsas, y en las gacetas y los almanaques se reproducía en miles de ejemplares su rostro de nariz chata y su sombrero de ceremonia blanco y puntiagudo. A su llegada, el pueblo se apiñaba en el muelle : las mujeres con cofia y los hombres de sombrero negro. En cada etapa de su itinerario hacia París (Nantes, Blois, Chambord, Vincennes) las más hermosas damas de la aristocracia vinieron a agasajarlos, bombardeándolos con preguntas pérfidas pero jocosas.

Les causaba extrañeza que se lavaran todos los días e incluso varias veces al día ; también querían saber cómo se las arreglaban para satisfacer a las veinte mujeres que, según se decía, tenía cada uno, etc.Las siamesas siempre van semidesnudas El primer embajador, Oc Khun Wisutra Sunthon (más conocido con el nombre de Kosapan) supo salir airoso de la situación, respondiendo con aplomo a las señoras pero también con exquisita urbanidad.

Un "paparazzo" de la época, un tal Jean Donneau de Vizé, plumífero del periodicucho Mercure galant, consignó escrupulosamente las idas y venidas, y sobre todo las respuestas, del embajador siamés, que deleitaron a la corte. La conclusión fue que el diplomático impresionaba por su "honestidad" y su "sangre fría" y que era extremadamente "galante".

A la señora de Seignelay, la agraciada esposa del ministro de Marina, que le hizo una visita en el castillo de Berny, donde residió un mes, y que quería saber a toda costa qué mujeres le parecían más hermosas -las francesas o las siamesas-, el embajador Kosapan, con suma cortesía, respondió que las francesas. Añadió que, entre todas las francesas que conocía, la señora de Seignelay era la más bella y que, sin lugar a dudas, sería la más bella del mundo si aceptase vestirse como las siamesas. La dama pidió una aclaración, pero sólo a fuerza de súplicas y de insistir mucho ante el intérprete (un sacerdote de las misiones extranjeras, rojo de confusión) logró conocer la respuesta de Kosapan : "Las siamesas siempre van semidesnudas." La salida surtió efecto. Hubo grandes carcajadas, sobre todo del chasco de la señora de Seignelay, y la historia recorrió los salones de París.

En realidad el embajador Kosapan tenía una inteligencia y una penetración que lo capacitaban para "entrar en las maneras de cada nación por diferentes que éstas fuesen".

De esta penetración tuvo que echar mano para descubrir todas las intrigas que se tramaban entre bambalinas en ese gran "teatro" que era Versalles, mientras arreciaban los festejos en su honor, que iban de banquetes y grandes misas a óperas y comedias. Sin contar los paseos a diversos lugares y monumentos, como el jardín de invierno de Versalles : "una casa harto grande para albergar simples árboles", observó decepcionado Kosapan.Las tinieblas de la idolatría Muy pronto se dio cuenta Kosapan de las extrañas pasiones religiosas que animaban el reino de Luis XIV (desgarrado por las persecuciones antiprotestantes tras la revocación del Edicto de Nantes).

En el país del Rey Sol la verdad era "una", es decir católica. Idólatras y herejes de todos los pelajes debían someterse... o exiliarse. Imbuidos de esas certidumbres religiosas, y con cierta candidez, numerosos fueron los cortesanos y grandes señores que preguntaron a Kosapan cuándo renunciaría a las "tinieblas de la idolatría" para descubrir "la fe verdadera". Kosapan muy diplomáticamente les contestó : "Lo que se dice de una religión desconocida tiene primero que parecer ridículo a personas que la ignoran totalmente y que profesan otras, porque es natural creer que la religión que se ha abrazado, o en la que se ha nacido, es la mejor de todas."

Hostigado a veces con más vehemencia, y colocado entre la espada y la pared, fue aun más lejos en sus concesiones. Así respondió al obispo de Tournay : "Le ruego obtenga del Dios verdadero que yo pueda conocerlo y que se digne sacarme de las tinieblas en que puedo encontrarme para que profese un día la verdadera religión."

Esta declaración encantó al prelado francés ; se imaginó que la gracia había empezado ya a iluminar a este idólatra lleno de buena voluntad. Tal vez habría sido menos optimista si hubiera leído las obras de otro prelado, Louis Laneau, que pasó veinte años en Siam. Este advertía a los jóvenes que desembarcaban en el país que se cuidaran de la "ironía" de los siameses que, escribe, nos confiesan" que están en las tinieblas" para damos a entender "que los que estamos allí somos nosotros".Morgan Sportès ,escritor francés, ha publicado numerosas obras, entre las que merecen particular mención dos novelas sobre Tailandia : Siam (1982) y Pour la plus grande gloire de Dieu (1993). Ha escrito un ensayo histórico que se publicará próximamente sobre el intento de Luis XIV de apoderarse de Siam.El Correo d’UNESCO : XLVII, 7/8